Parir por whatsapp - Carmen Rigalt
ALGUNAS noches salto de la cama y me dirijo a la cocina. No soy yo la que se despierta, pues mi cabeza sigue dormida, pero actúo como si obedeciera órdenes dictadas por control remoto. Cuando me despierto ya estoy en la cocina, he conectado la máquina del café y deslizo la mirada hacia el reloj del microondas. El otro día marcaba las 5.39 de la mañana. Saqué el móvil (lo había silenciado) y ví que se acumulaban los mensajes de WhatsApp. Lo primero que me salió al encuentro fue un vídeo. Era mi nuera, que me ofrecía su barriga monitorizada y anunciaba el inminente parto.
Nunca me había encontrado con un parto en el que la propia parturienta diera paso a video. Reaccioné en segundos, el tiempo necesario para que las primeras bocanadas de oxígeno orearan mi cabeza. Si mi nuera había grabado el vídeo la noche anterior, lo más probable es que el parto ya se hubiera producido, pensé mientras los pulsos se me aceleraban como en la copla.
Mi nuera tiene gran capacidad para sorprender. Solo a ella se le podía ocurrir crear un grupo de WhatsApp para tenernos cerca en el momento de trascenderse. Yo, que a punto estuve de escapar de mis propios partos (tenía entonces 20 años y la información justita), me veía de pronto sumergida en una atmósfera dulce para suavizarles el trance a la madre y al que había de nacer. En el chat encontré a otros familiares, todos excitados y dispuestos a vivir el nacimiento como si fuera una aventura. Eran las seis de la mañana en España cuando Martín inauguraba el mediodía en Bangkok, a 10.000 kilómetros de distancia. Fue un parto coral, con los hermanos y los padres empujando desde Madrid, Valencia y México DF, y el padre (o sea, mi hijo, al que nunca imaginé de enviado especial a un paritorio) ejerciendo de maestro de ceremonias para servirnos las imágenes y los detalles del parto. Cuando Martín salió del claustro materno, el chat se convirtió en un jolgorio y hasta la madre nos ofreció unas risas por escrito para agradecer nuestra colaboración.
Parir con ayuda de las nuevas tecnologías es una pasada, sobre todo por el carácter ubicuo del acontecimiento, pero no reduce nada el dolor. De tanto empujar, yo estuve todo el día hecha un guiñapo. Ahora, el niño duerme plácidamente. Ya le he dado la teta.