domingo, 19 de mayo de 2013

Talento y pegada - José Luis Alvite

Talento y pegada - José Luis Alvite

JOSÉ LUIS ALVITE Jamás oculte mi respeto hacia la luminosa expresividad de los textos de Roberto Vidal Bolaño, ni mi admiración por su arrolladora fuerza vital. Se daban en Roberto dos cualidades que raras veces coinciden en la misma personalidad: talento literario y vigor físico. Tomando copas con él, uno comprendía enseguida que se hallaba ante un tipo capaz de defender sus ideas con una brillantez intelectual en cuyo remate nunca parecía improbable un apasionado arranque de cólera. Tenía talento y pegada. Recién nombrado director del Centro Dramático Galego me tomé unas copas con él en el sótano de "Maycar" y me pareció que su semblante era tan inexpresivo como antes de la buena noticia. Y también eso me gustaba en el formidable escritor compostelano. Roberto Vidal Bolaño encajaba el éxito como una contrariedad cualquiera, como si entendiese a regañadientes que el éxito es el único fracaso que un hombre no puede sobrellevar sin dar explicaciones. A veces me quedaba distraído mientras Roberto soltaba su infinito discurso nocturno y me daba la impresión de estar tomando copas con un tipo hondo, hosco e inteligente que por su categoría cultural y por su vigor físico con el tiempo podría haberse hecho acreedor a que le entregasen el Nobel de Literatura en el ring del Madison Square Garden. Aun en el caso improbable de que con el cansancio le fallasen los argumentos, Roberto Vidal Bolaño tendría siempre la razón en aquel rostro amartillado e impenetrable con el que lo mismo podría ganar un premio teatral, que atracar un banco empuñando el forro de sus bolsillos. Cuando el cáncer le había minado, el actor Pancho Martínez se pasaba cada noche por "Rahid" y me contaba la increíble fuerza física de aquel tipo terminal y corpulento que todavía se subía a los escenarios y derrochaba más energía que nadie. La quimioterapia le había bruñido el cráneo pero Roberto conservaba la rara vitalidad de alguien dispuesto a recibir su propio duelo sentado en la conserjería del tanatorio con el pelo en una bolsa. Dicen que fue siempre así, un talento arrollador e incandescente, uno de esos tipos que sostienen sus argumentos y sus razones contra viento y marea y que llegado el caso de que trates de ofenderlos, reaccionan como solía hacerlo Roberto, que te absolvía con una sonrisa ácida y ambigua, a la vez duro y tolerante, vertical y a pecho descubierto, con la benéfica firmeza de alguien que te estuviese perdonando sin contemplaciones. Recuerdo una de aquellas madrugadas tomando copas en "Maykar". Entramos juntos a mear en el retrete y mientras nos lavábamos las manos, me miró por el espejo y dijo: "Joder, Alvitiño, tenemos el aspecto de dos tipos que tratasen de ocultar la cara con el rostro". Como siempre, Roberto tenía razón. Eran las cinco de la madrugada y a las cinco de la madrugada y en aquellas circunstancias, no sabíamos muy bien si el otro le convencía, o, simplemente, le intimidaba. Cada vez que nos abrazábamos, aquello, en vez de afecto, era combate nulo. Después seguía su paso el tiempo y al borde de amanecer nos dejábamos caer por la barra alta de "Araguaney", luego salíamos a la calle y Roberto prolongaba en la acera su interminable discurso lleno de sinceridad, de categoría y de rabia. Jamás le entraba sueño, a no ser que aquel bronquial ronroneo de su talento fuese su manera de dormir. La última vez que hicimos algo semejante, Roberto me confesó su desencanto por la renuncia de algunos amigos intelectuales a vivir a deshora en las calles la pulsión de las gentes del subsuelo. Creo recordar que hizo la excepción de Luis Mariño, aquel intelectual culto e inolvidable que siempre me hizo creer que el dinero sólo se necesita para conservar intacto el prestigio que dan las deudas. Luis y Roberto murieron con tres años de diferencia. Muchos de aquellos otros intelectuales de hace quince o veinte años se retiraron a sus casas en el campo y no cogen un libro de Bukowski sin ponerse el antibiótico guante de la masturbación. Yo creo que esos tipos sólo se atreverían a asaltar el poder armados con sus palos de golf. De L.C. me dijeron que ahora sólo bosteza en el dentista. Será por eso que cada vez que trasnocho, me retiro a casa con la sensación de haber pasado la madrugada en cualquiera de esos sitios en los que los viejos trasnochadores sólo corremos el peligro de resultar ilesos.