martes, 21 de mayo de 2013

La leyenda del gasto educativo - Carlos Cuesta



La leyenda del gasto educativo - Carlos Cuesta
Una tasa de abandono escolar del 24,9%, el doble que el resto de la Unión Europea. Una formación incapaz de ayudar a combatir un desempleo juvenil del 57%, siete veces mayor que el alemán. Un porcentaje de ninis del 23,7%, sólo superado por Israel. Unos resultados académicos que nos han situado a la cola del Informe Pisa, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Y unos resultados que, lejos de mejorar, no han dejado de empeorar en la última década.
Y todo ello, mientras nuestro gasto público educativo por alumno ha alcanzado los 10.094 dólares anuales, un 21% por encima de la media de la Unión Europea (UE) y la OCDE. Y mientras el desembolso, en contra de las falsedades lanzadas a la opinión pública, se ha duplicado en una década, pasando de 27.000 a 53.000 millones de euros.
¿De verás se puede afirmar que un mayor presupuesto es sinónimo de una mayor calidad del servicio? En absoluto. Sin más, se trata del mantra que han usado la izquierda y los sindicatos para disfrutar de un cheque en blanco con el que disparar el aparato público y sus privilegios laborales.
Pues bien. Exactamente igual que es posible recortar el gasto en educación, lo es en sanidad o en servicios sociales. Porque mejores leyes, sistemas de gestión más eficaces y profesionales más comprometidos pueden garantizar avances del servicio con menores desembolsos. Porque, por ejemplo, resulta más eficaz centralizar tratamientos especializados en determinados hospitales que diseminar unidades de inferior calidad por todo el mapa. O porque simplemente con aprovechar el 100% de los turnos en los quirófanos se puede garantizar un ahorro sin reducir la calidad médica.
O porque no es necesario entablar una competición entre territorios para ver quién tiene el hospital más lujoso cuando de lo que se debería tratar es de que todos los habitantes, en una u otra región, tengan un servicio adecuado. Y todo ello sin hablar del ahorro administrativo que podría generar la unificación de los equipos de gestión de varios territorios.
Por eso se puede ahorrar más. Y por eso debemos dejar de medir la calidad de nuestros servicios en función del gasto. Porque la verdadera línea roja no debe ser otra que el empleo. Y eso exige el recorte de un gasto superfluo que ha disparado la carga impositiva y, en última instancia, ha acabado con los recursos que necesitan las empresas para crear empleo.
«¿De veras se puede afirmar que un mayor presupuesto es sinónimo de una mayor calidad?»