martes, 14 de mayo de 2013

Sueños doblados - Manuel Jabois



Sueños doblados - Manuel Jabois
EL SÁBADO por la noche un amigo me contó lo que le había ocurrido hace años en un vuelo a Lanzarote. Allí, sentado en uno de los primeros asientos, estaba Miliki. Al pasar por el pasillo muchos pasajeros lo saludaron con afecto y no pocos le instaron a que les dijese el «cómo están ustedes». Miliki iba soportando aquello con el rostro neutro y una sonrisa de compromiso, educada y breve. Con el avión por los cielos, se levantó de golpe, giró el cuerpo hacia todo el pasaje y con las manos a modo de altavoz gritó: «Cómo estaaaaaaaaaan usteeeeeeeedes». Y aquellos hombres y mujeres, sesentones, cuarentones, veinteañeros y niños, se levantaron al unísono y gritaron: «Bieeeeeeeeeen». Fue uno de esos momentos que justifican volar, dijo mi amigo, todos allí suspendidos en el cielo gritando como críos con la piel de gallina. De mañana me enteré de la muerte de Constantino Romero y recordé la anécdota; con ella, la magnética unanimidad que tienen ciertos personajes públicos al morir. La sensación de que con ellos se despeñan trozos de un tiempo y un país, y que además entornan la puerta dejando en el aire, agitadamente, una curiosa sensación de orfandad. Hombres buenos, estimados. Acaso los hay más valiosos y con más huella que no procuran un sentido patrimonial, un arrebato de pertenencia general como el que envuelve a Landa (al que se le ha señalado el landismo como tara cuando fue un mal necesario, incluso políticamente), Romero o el propio Miliki. Imagino a Romero concediendo repetir las frases de los seres mitológicos que le tocaron interpretar y alrededor de su figura, como de una abuela al fuego, una audiencia encantada que creció con él a la espalda, fuera de foco, ajena esa faceta a la proyección pública de sus concursos, donde repartía dinero al contrario que en el cine, donde se ponía a doblar sueños.