domingo, 12 de mayo de 2013

Portazos de nailon - José Luis Alvite

Portazos de nailon - José Luis Alvite

A veces echo de menos entre los muchachos del Savoy la “razonable violencia desesperada” de la que suele hablarme Kate Sinclair cuando la visito en su residencia en la costa. Estoy acostumbrado a la ira contenida de Fiore y a la agresividad impasible de tipos como Giacomo Fidanza, que reprimía la tentación de la violencia chascando como nueces los huesos de las manos en el interior de los bolsillos, pero creo que encontraría agradable conocer a uno de esos tipos de los que solo tengo noticia por haberlos leído en algunos párrafos de mi querida escritora. Supongo que entendería mejor esa pasión de Kate si pudiese concebir los sentimientos que despiertan en ella los hombres “cuando pierden la calma obcecados por un impulso primitivo, por una pasión ciega, tal vez por el simple motivo de que el sudor les escuece en las ingles, acaso, ¡Oh Dios,!, porque un hombre resulta más espontáneo, más fiable y también más atractivo cuando es evidente que de un momento a otro incluso podría echarte en cara el tedio de su felicidad”. Dudo que Kate pudiese soportar una experiencia semejante al lado de uno de esos tipos imaginarios, pero, como suele exclamar con nostálgico desaliento, “¡Es tan sincera la furia!...¡Resulta tan razonable un hombre cuando busca una excusa para haber perdido la razón!...¡Resulta tan agradable la sola idea de compartir la vida con un hombre en el que resulte temeraria la prudencia!”...Hace muchos años me dijo algo parecido Lorraine Webster a raíz de haber cenado ella y yo en el Savoy con un tipo que masticaba el humo y los dientes al fumar. A mí aquel fulano me había parecido un hombre impulsivo y poco razonable al que cada palabra que pronunciaba le causaba en el rostro una mezcla de dolor y de furia. A Lorraine, por el contrario, le pareció un hombre interesante y aún recuerdo la contrariedad que me causó su opinión cuando aquel fulano se ausentó después de la inquietante sobremesa: “Sé como se sentiría Kate si hubiese cenado esta noche con ese hombre... Esa violencia no es la violencia gratuita del matón, ¿sabes?, sino la agresividad de un hombre cautivo de sus impulsos que entienda la vida como una partida de cartas en la que la suerte de ganar produjese la misma incertidumbre que la desgracia de perder.. A simple vista ese fulano resulta un tipo violento, agresivo, peligroso, pero a su lado he sentido un riesgo lejano, el sereno y sordo rumor de la angustia, cariño, la misma seguridad que sentiría un soldado si durante el bombardeo pudiese permanecer al lado de la artillería”. Según Kate Sinclair, “un hombre pierde mucho cuando sustituye el simple calor de la furia por la calculada fiebre de la codicia”. Dice el detective Fuller que esa visión de mi amiga escritora esconde alguna clase de insatisfacción sexual. Personalmente no sabría que decir, pero recuerdo una frase leída en una de sus novelas: “A veces la impotencia que produce que un hombre se sobrepase contigo solo es comparable a la decepción que te causaría si se disculpase”. ¿Machismo femenino? Puede ser. Según el columnista Chester Newman, “a las mujeres como Kate Sinclair les gustan los hombres que abren las cartas con la llama del mechero”. ¿Un hombre al que la última mirada de la noche le pudra los ojos? Como lo veía Lorraine Webster, “no es fácil olvidar a uno de esos hombres temerarios e impulsivos que eligen el camino en un mapa arrugado y abren las puertas del coche con un elegante portazo de nailon”...