domingo, 12 de mayo de 2013

Pandilla de lluvia - José Luis Alvite

Pandilla de lluvia - José Luis Alvite

JOSE LUIS ALVITE Miro a mi alrededor por la mañana temprano en el café y hay dos tipos leyendo el periódico arrimados a la barra. En el azúcar cuajado de la bollería vendimian sus patas las moscas. Es temprano. Recorre la calle una pandilla de lluvia. Entumecidas en la parada del autobús, dos de cada tres señoras son hombres de mediana edad. En la pantalla de mi móvil alguien dice que me quiere, pero podría ser un descuido, el cruce de un fallo con un error, como cuando en la tintorería te devuelven la prenda de ropa de alguien más apuesto que tú.
Los tipos que leen la prensa en la barra son asiduos del local y hasta se parecen al dueño del bar. Las personas que se aburren se parece mucho las unas a las otras, igual que en el campo de batalla la muerte emparenta los rostros yertos de los soldados caídos en combate. Yo sorbo mi desayuno en una mesa y pienso que no pasarán muchos años antes de que los diarios de papel desaparezcan y entonces otros dos hombres acodados en el mismo bar necesitarán una excusa nueva para pasar el rato a primera hora mientras en sus ojos fragua como tiza la presbicia, en su sonrisa caduca inclinada la esperanza y en la barra enfría el café. El viejo modelo de periodismo se extingue y yo mismo tengo la sensación de que mi tiempo se esfuma y que incluso son cuesta arriba para mí muchas de las calles que hasta hace poco eran de bajada. Todos los quilos de peso que a cierta edad coge un hombre son los que va a necesitar para sus bocados la jodida y tenaz gula de la muerte. ¡Como se ha ido el tiempo! ¡Cuánto corren los días tan pronto no le ves sentido a la prisa! Una noche empecé a trabajar en La Redacción de "El Correo Gallego" y tenía tanta vida por delante, y tantos planes que cumplir, que ni siquiera me importaba que la emoción del trabajo me retuviese la orina y que el empleo me costase dinero. ¡Que idiota fui!¡Que estúpido soñador! ¿Cómo pude creer que no habría en el futuro un solo tren que no pasase, sin luces y sin frenos, por las rayas de la palma de mi mano, con los vagones aplaudiendo al husmear en las traviesas? Una madrugada salí de la redacción de aquel bendito periódico, crucé la calle y en la acera de enfrente me di cuenta de que era cuarenta años mas tarde. Mantenía ciertas ilusiones y algunas esperanzas, pero el mundo había cambiado y mis ojos malamente eran familia de mi letra. Casi todos mis colegas de entonces yacen enterrados y yo me mantengo porque era más joven que ellos, acaso porque el reloj de la muerte tiene las agujas frías y atrasa más que el mío. Todo es distinto de como era entonces. Los niños cuidan de sus madres, en el aire sucio frena con asco el viento y las gallinas se asustan si ponen huevos. Ya nadie engorda por culpa de haberse sentado de vez en cuando un rato a leer. Cada día es más evidente que ya ni el pan ni las manos están al mismo tiempo calientes y que los placeres conducen sin remedio a las enfermedades, si es que ya no son la misma cosa. Una amiga mía que creyó haber tenido con el guante de cocina el primer orgasmo de su vida, corrió a contárselo al ginecólogo y resultó que lo suyo era cáncer de matriz.
Hay ahora muchas más noticias importantes que cuando yo empecé en este oficio y sin embargo a mí me parece que son mas rutinarios mis colegas, seguramente porque están desbordados de trabajo y se han dado cuenta de que en el mundo enloquecido en el que viven ocurre que las noticias de primera página ya no caben en la portada. Su falta de entusiasmo también sería comprensible si se tiene en cuenta lo mal pagados que están, hasta el punto de que el ejercicio del periodismo se ha convertido en una manera decente de mendigar sin que se note, como les ocurre a las fulanas del burdel cuando al acabar su faena, y para conjurar su mala conciencia, mientras con una mano le suenan los mocos a la vagina, con la otra mano limpian de la boca el anzuelo de un beso y de paso se santiguan.
¿Y que fue de los dos tipos que tomaban café temprano en la barra del bar? Allí quedaban cuando marché, leyendo cada uno un periódico en el que seguramente el día de mañana será portada la noticia de su cierre.