El manicomio - José Luis Alvite
"Me deprime el manicomio. Llevo demasiados años aquí. Esta tarde al afeitarme me miré al espejo y descubrí en mi rostro esa escuálida belleza corrediza que presagia el suicidio. No hay esperanza para mí. Las pastillas han dejado de hacerme efecto. Anoche el médico de guardia me dijo que era una estupidez proseguir con el tratamiento. Yo insistí porque me sentí abrumado. El muy idiota me recetó cuatro pastas de té. Nunca ocurre nada nuevo aquí. Los días se suceden como una maldición, reiterativos, monótonos, idénticos los unos a los otros. No creo que se trate de una obsesión personal. Lo he hablado con otros internos y todos coincidimos en que esto es tan descorazonador, que cadadía parece siempre la víspera del anterior. Y eso te desespera ¿sabes?, y acabas haciéndote absurdas ilusiones sin esperanza, sin futuro, como oscuros relámpagos sin luz. Anoche mismo soñé que el director del manicomio me autorizaba a abrir un par de ventanas en el sótano. Me desquicia la falta de expectativas. Hay momentos en los que estoy tan deprimido, Al, muchacho, que me pegaría un tiro en la cabeza. Pero no lo hago. Soy un cobarde. Me horroriza el dolor. Creo que no podría pegarme un tiro en la cabeza sin tomarme antes una aspirina. Además, si me mato ¿cómo sabré que fui tan valiente? Y por otra parte, uno nunca sabe cómo reaccionará su cuerpo. Los precedentes en mi familia no son nada buenos. Mi padre se disparó un tiro en la cabeza mientras dormía y despertó asustado. Dentro de lo terrible que es la reclusión aquí, acabas conociendo tipos interesantes. Como Charlie Mineo, que siempre quiso ser piloto de aviones pero le tiene miedo a volar. Anoche el pobre Charlie me dijo que lo había resuelto. Me miró fijamente en la oscuridad y me dijo: ¿Sabes, Chuck, muchacho?, creo que me haré piloto de aviación por cable. Saluda de mi parte a Ernie y a los muchachos. Dile al jefe que tengo la moral tan baja que con la corbata que me regaló le hice un nudo windsor a los huevos".