lunes, 4 de abril de 2022

Mi amigo de Salamanca -: Juan Manuel de Prada

 Mi amigo de Salamanca -: Juan Manuel de Prada


De mis Tenía una cultura oceánica y una curiosidad de niño zangolotino estudiantiles en Salamanca guardo dos recuerdos imborrables: la luz rubia de la primavera, en idilio con la piedra de Villamayor, y la estampa altiricona y señorial de mi amigo Alberto Estella paseando por sus calles.

 coñón, con esa forma privilegiada de humor que, a la vez que se burla, se compadece de las miserias ajenas y, sobre todo, de las propias. Siempre andaba haciendo mofa de sí mismo, de sus manías, de sus achaques, de sus logros y de sus fracasos. Tenía una cultura oceánica y una curiosidad de niño zangolotino, siempre dispuesta a bautizar el mundo. Y, aunque era requerido en todo patronato o consejo que se preciase, siempre le quedaba tiempopara el alborozo de los libros y de la amistad.

Desde los años noventa, nunca dejó de bendecirme con su amistad. Saludaba la aparición de mis libros desde su tribuna en ‘La Gaceta de Salamanca’, donde escribía unos artículos sabrosos de prosa, anécdotas y evocaciones; y en más de una ocasión me invitó a presentarlos en el Casino de Salamanca, donde ejercía como presidente mercedario y ecuménico, para después invitarme a cenar (no he conocido a nadie con mejor gusto gastronómico que el suyo). En estos últimos años, después de fumarse millones de cigarrillos, se había pillado un «guapo enfisema» (así se refería, burlón, a su enfermedad) y me contaba con gracia incomparable que le tocaba acometer las calles que antes creía llanas como si fuesen el ascenso al Tourmalet, echando los bofes y con ‘paradiñas de recuperación’, disimulando por coquetería ante los escaparates. Y llevaba consigo una bombonita de oxígeno, a la que llamaba Greta y presentaba como «su novia más fiel», porque le había prometido acompañarlo «hasta que la muerte nos separe».

Hablé con Alberto Estella por última vez cuando me llamó para comunicarme pesaroso la muerte de Amelia Castresana, mi profesora de Derecho Romano y amor platónico de los dieciocho años. Algo magullado por la muerte de la amiga, Alberto Estella me confió entonces que a él también le había llegado ‘la hoja roja’, en alusión al libro de Delibes (y al librillo de papel de fumar, que así avisa de que se acaba). Yo le dije entonces que no dijera tonterías, que aún tenía que invitarme a muchas cenas suculentas; y él, siempre rápido en la réplica cálida e irónica, me preguntó: «¿Cuenta como invitación el banquete celestial?». Ya estará disfrutando de él a carrillos llenos, mientras hace reír a los ángeles. Descansa en paz, amado e inolvidable amigo.