domingo, 10 de julio de 2016

Los cielos, la hostia y la Biblia - Alberto ESTELLA

Los cielos, la hostia y la Biblia - Alberto ESTELLA

LA degradación del lenguaje es culpa de todos, y la del español, su maltrato, es responsabilidad de los quinientos millones de personas que lo hablamos y escribimos. Supongo que ahí tendrá algo que decirse en el IV Congreso Internacional del Español que se está celebrando en Salamanca, una cita de las que prestigian esta ciudad y la Universidad, que desde luego merecen un protagonismo mundial en la materia. No voy por ahí. Mi reflexión es más prosaica, si prefieren vulgar. Desciendo hasta la política y al politi-qués, que es como bautizó Amando de Miguel en “La perversión del lenguaje”, la jerga de los políticos. Pero desde aquel librito han pasado más de veinte años, han llegado nuevos repúblicos, algunos con alpargatas, rastas, camisetas y zafiedad, y por si fuera poco, su lenguaje se ha pervertido más aún. Hemos pasado de la jerga a la jerigonza, soez, de pésimo gusto y tergiversaciones maliciosas. Citaré al más mediático, descarado y engañabobos, Pablo Iglesias. Tras el pescozón electoral, que aún le escuece, ha sido tan realista como grosero: en las próximas elecciones “podemos ganar o darnos una hostia de proporciones bíblicas”. Esto es lo que hay.
El peso de nuestras raíces judeo-cristia-nas en el lenguaje coloquial, es pasmoso, incluso en ateos, agnósticos o católicos no practicantes. El mismo Tierno Galván — que por cierto empleaba un lenguaje riguroso y políticamente correcto—, que se au-tocalificaba de agnóstico, escribió allá por 1985 que “Dios nunca abandona a un buen marxista”. Tal afirmación no era frívola, sino que el “viejo profesor” la justificaba. Santiago Carrillo empleaba con frecuencia el “gracias a Dios”. Quizá por ello cuando murió, su amigo Rodolfo Martín Villa manifestó que rezaba por él, para que lo recibiera Dios. Y ahora viene el coleta morada, con muchísima menos categoría intelec-
tual, política y personal que los citados, y no puede ocultar que su agresivo lenguaje está “contaminado” por la religión, “el opio del pueblo” y todo eso tan marxista y tan necio. Supongo que este Pablo, que para más INRI se apellida Iglesias, tomaría de niño la comunión, y podría aplicársele aquello de que “era un niño tan malo, tan malo, que el día de su primera comunión le tuvieron que dar dos hostias”. Lo cierto es que el
Uno no pretende que los políticos tengan la elocuencia de Cánovas, la facundia de Castelar, o la soltura de Azaña, pero caramba, que cuiden un poquito la oratoria y sus expresiones
líder de Podemos, cuando habla de su asalto al poder, no se refiere a la Bastilla, sino a los cielos; y cuando comenta un futuro sopapo electoral, le llama hostia, y además grande como la Biblia. Pues Dios le oiga, don Pablo.
No sé cuando el pan ácimo pasó de ser sagrada forma para la eucaristía, a blasfemia. Lo que por mi edad he vivido, va desde aquellos letreros en los bares durante el nacional-catolicismo —“prohibido cantar y blasfemar” —, a que las hostias ya no las fabrican las monjitas de clausura, pobriñas, ¡se importan de China! Pero también he co-
nocido su degradación, hasta convertirse en un simple y malsonante taco. Ojo que en la España de la postguerra ya era usual su empleo, sobre todo en determinados gremios. No me resisto a contar, acaso recontar, una escena. Un constructor de obras “tenía la boca como un destral”, como se decía antaño, y bregando con los albañiles, metía la h.. ..cada tres palabras. Durante un Congreso Eucarístico, el himno se oía machaconamente por los altavoces instalados en la Plaza Mayor. Todos lo tuvimos que aprender y cantar, en mi caso de niño en los mondas. Decía: “Hostia pura, hostia santa, hostiaaaa inmaculaadaaaa....”. Lo estaban escuchando en la terraza del Novelty un grupo de amigos y discutían la autoría de la música, que si era de don Aníbal, que si de García Bernal, quizás de Perossi... y terció un personaje con ingenio, pintoresco, Manolo Grande —el Ciutti del apodado “El Gran Visir”, Sánchez Manzanera—, que afirmó, entre las carcajadas de sus contertulios : “Yo no sé de quien es la música, pero desde luego la letra es de Cipriano” (el constructor que empleaba con prodigalidad la palabra vitanda).
Uno no pretende que los políticos tengan la elocuencia de Cánovas, la facundia de Castelar, o la soltura de Azaña, pero ca ramba, que cuiden un poquito la oratoria j sus expresiones, que ajusten sus parlamen tos al buen castellano, y sobre todo —poi su deber de ejemplaridad—, que no se reba jen al lenguaje tabernario. En todo caso que dejen en paz la eucaristía. En caso con trario alguien, con análogos modales cha bacanos, irreverentes, les puede increpa “te pego una hostia que te consagro”, o “t voy a calzar dos hostias”, aunque solo sea: dialécticas y ya está armada. ¿Qué tal si te dos hacemos un esfuerzo de dignificaciói del lenguaje? Nosotros los salmantino! aunque solo sea por nuestra formidable hú toria, tan unida al mejor español.